En la fe de María se da el fenómeno contrario.
Toda la gracia que Dios había de derramar en los hombres la concentró en María, símbolo de la humanidad santificada; María es el depósito de la gracia, llena de ella, vaso espiritual y Madre de la divina gracia.
No hay nada más que recorrer las escenas evangelicas en las que aparece María y nunca encontraremos resistencia, o adaptación. Ella acuna en su Corazón las palabras y hechos de Jesús y los asimila con total disponibilidad. Sin reticencias encaja la novedad sorprendente del Reino que Jesús anuncia.
María es la excepción a las palabras: Jesús en cada una de sus palabras y en cada uno de sus actos, no se encuentra nunca donde lo esperamos. María lo esperó siempre en el lugar acertado y en la hora exacta: “Hágase en mí según tu palabra”.
“PAZ Y BIEN”